19 de abril de 2012

El Ministerio de la Verdad




Análisis del fenómeno de la objetividad absoluta y de la neolengua en el periodismo actual, desde la óptica de "1984".


Empezando el artículo con un poco de teoría, podemos decir que la comunicación –periodística en nuestro caso concreto– es una actividad humana personal que necesita (entre otras muchas cosas) una selección comunicativa (pues no todo es noticia) y una elaboración del mensaje según criterios y formas. Atendiendo a esa selección comunicativa y a esa elaboración forzosa del mensaje; no hay una única forma de contar lo que sucede. Un periodista no escribe para “la nada” o el éter. Un periodista escribe para sus lectores, para la audiencia específica que tiene. Por ello, la objetividad –aunque muchos no lo crean– es un valor de la comunicación que es relativo. Por supuesto, se exige ciertos aspectos siempre objetivos, como respetar la realidad en lo no ficticio. Pero, la propia forma de comunicar (el lenguaje, el soporte, el carácter humano del comunicador…) limita.  En el simple hecho de seleccionar lo que se ha de destacar de la noticia, en función de lo que pueda interesar a los lectores concretos o incluso el mero hecho de seleccionar en función del espacio disponible, implica ya un alejamiento de esa objetividad pura, más cercana a la máquina que al comunicador humano.
Sin embargo, todavía son muchos los que, pese a todas estas consideraciones anteriores, abogan por una “objetividad absoluta”, creyéndola incluso factible. Se quejan, rebullen y enfadan por esa “falta de objetividad” en los medios. Dicen; si un hecho es un hecho, ¿por qué aparece diferentemente narrado en los diversos periódicos? ¡Nos engañan, nos mienten! Quieren un único modo de contar la realidad, el –no tan utópico en sus planteamientos– modo verdadero de comunicar un hecho, pasando por encima de los trabajos de selección informativa, el freming que realiza el periodista, e incluso olvidando el enorme esfuerzo que el profesional de la información ha de realizar para aclarar y facilitar al lector esa información “única” y duramente objetiva que desea pero que, sin un conocimiento específico, difícilmente entendería.
Sin embargo, y demos gracias, se ha superado esa concepción de una “única información”. Pese a que, dependiendo del periódico, la noticia se nos presente contada de una manera u otra, es necesaria esa pluralidad, no sólo en los puntos de vista expresados, sino en el propio lenguaje utilizado para ello. Necesitamos diversidad de medios, diversidad visiones, diversidad de connotaciones, diversidad de “opciones” en una misma noticia. Diversidad. Podemos aplicar en este aspecto lo que decía Ortega y Gasset en una de sus teorías: Se llega a la Verdad a través de la suma de los diversos conocimientos de distintas personas.
Imaginemos no obstante, por ejemplo, un solo periódico, con un lenguaje totalmente frío, ecuánime e impersonal. Nada de competencia, nada de “otras versiones de la historia”, nada de palabras con más de un significado. Ya algunas obras literarias que mostraron un futuro distópico trataron la idea de un único medio de comunicación, como “1984” de Orwell. En este escenario (ficticio, por supuesto) de única verdad proclamada por un único medio me voy a centrar, analizándola y rescatando algunos rasgos que podemos ver en nuestra realidad actual.
“1984”, escrito por George Orwell, cuenta la historia de Winston Smith, un individuo inmerso en un mundo de vigilancia, control, poder… Todo bajo la atenta mirada del Gran Hermano. En este mundo ficticio creado por Orwell, Winston trabaja en el llamado “Ministerio de la Verdad”, el cual, según el libro, “se dedicaba a las noticias, a los espectáculos, la educación y las bellas artes”. Irónico, se verá más adelante, lo de “La Verdad”. Pero, el trabajo de Winston no es el de un periodista corriente. Winston ha de “rectificar” ciertos datos de las informaciones entregadas en periódicos pasados. No lo concibe como cambiar lo escrito, sino como una rectificación perfectamente normal de cifras y datos concretos.
Winston, decide al comienzo del libro escribir un diario,  Y se le presenta una duda, ¿para quién? "Para el futuro o para el pasado, para la época [...] en que los  hombres sean distintos unos de otros". Unos distintos de otros. No sólo aplicable a los hombres, también a los medios.
Por supuesto, al existir un solo periódico, lo que éste dice es ley. El problema viene cuando dicho periódico se pervierte. El poder en una sola mano siempre es peligroso, pues es fácil que éste degenere. Un motivo más para defender la pluralidad de medios.
Los periódicos, la competencia entre ellos, ayudan a impedir esa perversión de la verdad que se puede dar cuando uno sólo es el que tiene la información en su poder. Ofrecer distintas versiones de un mismo hecho, aunque parezca contradictorio, es lo que realmente nos acercará más a la verdad total, pues se añaden matices. Es cierto que leer diversas informaciones implica un mayor esfuerzo por parte del lector, pero si uno quiere estar informado, ha de ser diligencia suya el buscar y encontrar las informaciones que se nos ofrecen.
Por otra parte, esa idea de “rectificar datos” después de publicados, nos recuerda por ejemplo a esta nueva corriente que se da en la información y periódicos de internet, que siguen la máxima “Publicar y luego comprobar”. Lo cual es sumamente contraproducente, pues aleja a los consumidores de noticias de nuestro medio.
Encontramos otros aspectos, si bien menores, también interesantes para ser analizados en la novela. En el Londres de “1984”, durante todo el día unos altavoces, presentes en todo lugar, van desgranando, datos, informes, números, números y más números. Se puede atenuar el volumen, pero no se puede apagar del todo. No se podía escapar de esa avalancha de información. ¿Es este un marco que nos empieza a sonar?
Pero, el más sugestivo en mi opinión es un concepto que acuña Orwell en la novela. La neolengua (newspeak), que es un “idioma” que reduce el léxico al mínimo, evitando (para mejor uso de la comunicación, claro está) cualquier doble significado que tenga una palabra, además de eliminar muchas otras con el mismo principio. Se basa en la idea de que, lo que no está en la lengua, no puede ser pensado.
En la neolengua de Orwell el vocabulario se reduce, hasta tal punto encontramos palabras como malo, que se convierten en nobueno, y así. Trasladémoslo al mundo real. Menos vocabulario, más simplicidad en los artículos, menos palabras que puedan interpretarse de maneras distintas… intentando eliminar toda connotación posible. Volvemos al tema de la forzada objetividad.
No niego que la objetividad, en su justa medida, es deseable, y que obviamente hay informaciones que se prestan más a ella. Pero, lo que es una tontería, es intentar sostener que la objetividad puede darse en todo el proceso productivo de la noticia. Por ejemplo, por mucho que la noticia sea sólo de “números”, ya en el “framing” que ha de realizar el periodista hay una connotación. ¿Qué dejar a un lado? ¿Qué resaltar? Son ingenuos los que piensan que todo este trabajo no tiene ciertas subjetividad que depende del periodista. Pero, como dijo un profesor de mi universidad, D. Gabriel Pérez, si bien no se puede ser objetivo, se puede ser honrado.
Pero volviendo a la neolengua… ¿se está dando en el periodismo actual? Se pide una objetividad que, en ocasiones, puede resultar represiva. ¿Es que acaso no se puede decir, que un crimen es horrible, si realmente lo es? No, pues siempre aparecerá alguien, en aras del relativismo llevado a su máxima expresión, para decirnos que puede que dicho crimen nos parezca (al periodista) repulsivo, pero que bajo otro prisma, tal vez no lo sea.
Podemos verla también, y quizá más claramente, en el lenguaje políticamente correcto que impera en los medios, una especie de neolengua descafeinada. Los políticos cambian las palabras para definir los conceptos que consideran más duros, utilizando otras que suavizan la idea. Ya no es malo, es “nobueno”. Y los periodistas, en muchas ocasiones, los dejamos.
En la historia podemos encontrar una multitud alarmante de ejemplos.  Entre otros, una lista de palabras “correctas” para definir al General Pétain, gobernador de la Francia de Vichy, que los medios debían utilizar. Vigoroso, valiente, sabio… Nada de mencionar lo anciano que era o criticarlo de cualquier modo.
Tenemos otro, en la Alemania nazi, de la mano del comunicador Goebbels. Primo Levi, escritor, nos dice: “Para mantener el secreto, entre otras medidas de precaución, en el lenguaje oficial sólo se usaban eufemismos cautos y cínicos: no se escribía "exterminación" sino "solución final", no "deportación" sino traslado, no "matanza con gas" sino "tratamiento especial", etcétera. (Levi, 1998: 196)
Y podemos añadir otra cita, para ilustrar el planteamiento, del escritor uruguayo Eduardo Galeano, sobre un mundo mucho más cercano a nosotros: “Hoy por hoy, no queda bien decir ciertas cosas en presencia de la opinión pública: el capitalismo luce el nombre artístico de economía de mercado; el imperialismo se llama globalización; las víctimas del imperialismo se llaman países en vías de desarrollo, que es como llamar niños a los enanos; el oportunismo se llama pragmatismo, la traición se llama realismo; los pobres se llaman carentes, o carenciados, o personas de escasos recursos; la expulsión de los niños pobres por el sistema educativos se conoce bajo el nombre de deserción escolar; el derecho del patrón a despedir al obrero sin indemnización ni explicación se llama flexibilización del mercado laboral... (Galeano, 2000: 41).
¿Acabaremos todos hablando lo que Orwell denominaba Patolengua? Es decir, ¿que todos emitamos palabras desde la laringe, sin que participen en absoluto los centros del cerebro? O incluso, no sólo que todos hablemos una patolengua, sino que esperemos, demos por hecho, ¿que nuestros lectores quieren, piden y sólo serían capaces de entender ese tipo de lenguaje larinjal?
Sí, es ficción, pero es una ficción que por su similitud con el presente llega a asustar. ¿Nos seguiremos doblegando a esa forzada corrección política, a esa objetividad fría? ¿O conseguiremos los periodistas, con un trabajo honrado, seguir llamando a las cosas por su nombre, sin miedo a las palabras, utilizando el rico léxico que nos deja el idioma español? ¿Seguiremos defendiendo la necesidad de más de un punto de vista sobre lo mismo? Eso espero.


No hay comentarios:

Publicar un comentario