25 de febrero de 2013

"¿La inteligencia nos hace más malvados?"


En el principio, cuando estás creciendo y lees cuentos e historias (que son el espejo, a esa edad, de lo que puede ser la realidad, más allá de dragones y princesas), hay dos tipos de “malvados”. En primer lugar, están los villanos llamémoslos “estúpidos”, que dan más risa que miedo. 
La inteligencia no es necesaria, queda claro
En contraposición, están los malvados sumamente inteligentes, capaces y, por supuesto, terroríficos. Estos villanos suelen ser ricos, poderosos, y tienen un maravilloso gato de pelo lustroso al que acariciar. 
Con esas características, a la mayoría de los niños este tipo de malvados o le aterran o le dan envidia. Una envidia que proviene de ese poder que parece dar la maldad, aunque luego el héroe, más con tesón y buen corazón que con inteligencia superior, consiga vencer al villano. Ése es el pequeño salvavidas que hace que, si los niños sólo se fijaran en los cuentos, acaben decantándose por la bondad de corazón en lugar de por el frío egoísmo.
Gatico bonito...
Sin embargo, esa idea del “malvado sumamente inteligente” nos persigue en la adolescencia e incluso en la adultez, aunque sea agazapada en el subconsciente. El bueno es dulce y tierno, amable y sonriente, pero no suele tener una inteligencia poderosa (por supuesto, estoy exagerando, hay excepciones para todos los casos, incluso en los cuentos mismo, como el personaje arquetípico del viejo rey bueno, bondadoso y de gran sabiduría). Además, vemos a los inteligentes y capaces triunfar y obtener muchas de sus metas, y en ocasiones la envidia humana hace pensar que esos logros –que nosotros en principio no hemos conseguido– son fruto de “juego sucio”.
Así, en ocasiones se acusa a la inteligencia de hacernos más malvados. Sin embargo, en mi opinión, la inteligencia no nos hace más malvados, sino que los actos de maldad son más “efectivos”, más acertados y suelen dar mayores frutos que los actos de maldad faltos de inteligencia. La inteligencia también da más oportunidades de ser malvado, pues se ven, con mayor facilidad, los fallos del sistema y los posibles beneficios que uno puede obtener con esas acciones “malvadas” o pícaras (término que muchos asocian a este tipo de inteligencia, quitándole un poco de pura maldad). La maldad de uno está dentro de su condición, crece dependiendo de su carácter y da igual si se es inteligente o no, la maldad está ahí, sólo que el inteligente tiene más posibilidades de actuar de forma vil y conseguir sus objetivos.
Pero, por eso mismo, la inteligencia nos hace más conscientes de nuestra maldad y, cuando “a pesar de nuestra inteligencia”, de nuestra capacidad de aprovechar a nuestro favor lo que nos viene al encuentro, pasando para ello por encima de los derechos de los demás, actuamos correctamente, somos bondadosos, esa bondad de actuación (que no de corazón) es más “real” que cuando simplemente ni siquiera se captan esas otras opciones. Es como un niño jugando en la playa. Es feliz, pero no es consciente de esa misma felicidad, mientras que el adulto, sabedor de todos los problemas que puede dar la vida y que seguramente tiene, es feliz. Es una felicidad más consciente, al igual que una bondad con inteligencia es una bondad más deliberada.
No quiere esto decir que la bondad, para ser “auténtica” necesite que se vea la otra opción, el camino “malo” por así decirlo. La bondad, haya inteligencia o no, es más original si ni siquiera se admite en nuestra mente la posibilidad de actuar a desmérito de otros.
Pero, lo que desde luego no es cierto es que la inteligencia nos haga más malvados. Ya lo somos.


24 de febrero de 2013

"Que gane el mejor"


Sobre la excepción cultural


La “excepción cultural” propiamente dicha viene del propio carácter de la cultura, en cuya definición –ya de por sí compleja- la encontramos reflejada, antes incluso que en medidas concretas relacionadas con las políticas culturales. Con las distintas etapas de estas políticas el concepto de cultura se ha ido ampliando, ha pasando de la “alta cultura” (pensemos en Florencia y París, por ejemplo) a que fueran considerados cultura cada vez más elementos, como manifestaciones populares, arte moderno, microculturas… Y verles su intrínseca dimensión social.  Además de ese proceso de ampliación del concepto de cultura, se ha “descosificado” ésta, dándole importancia al artista y al proceso cultural. Precisamente a esa “descosificación”, que comenzó en los años 80, podemos entender que la cultura es un sector que tiene “algo excepcional”, pues se aleja de ser, simplemente, un producto.

 Sobre la excepción cultural no hay duda, nadie podría comparar los productos culturales con, por ejemplo, ambientadores. Los productos culturales tienen una dimensión más allá de la física que no tienen los demás. Es decir, un libro es algo más que una sucesión de hojas de papel con manchas de tinta envueltas en dos tapas de cartón. Además de eso, un libro representa una meta-dimensión, y eso pocas personas podrían refutarlo.

Además, en numerosas cumbres a lo largo de la historia se ha asociado la cultura con el estado del Bienestar y con el Desarrollo de un país, lo cual reafirma que la cultura tiene un margen excepcional que la diferencia de otros productos. Por ejemplo, en la Conferencia Mundial sobre las Políticas Culturales (MONDIACULT, 1982) se estableció que “Sólo puede asegurarse un desarrollo equilibrado mediante la integración de los factores culturales en las estrategias para alcanzarlo”. Es decir, el desarrollo no es sólo económico (como dijo Kenneth Ewarth Boulding, “Cualquiera que crea que un crecimiento exponencial puede continuar para siempre en un mundo finito o es un loco o es un economista”) sino que necesita imperativamente una dimensión y desarrollo cultural.

Pero, el problema viene cuando la excepción cultural significa también excepcionales medidas económicas. Como menciona el artículo La excepción cultural hace aguas en Francia, del ABC, en el campo administrativo y económico no existe, al menos legislada y compartida, una excepción cultural, ni en Europa, ni en EEUU ni Japón. Excepto en el cine. Sin embargo, aunque no esté propiamente legislada, sí que cada estado tiene medidas que apoyan, de un modo u otro, “su concepción administrativa de la cultura”, que se traduce en diversas medidas (subvenciones, aranceles a productos extranjeros, precios fijos, cuotas de emisión…) que afectan a la economía. La economía nos duele a todos, y es ahí cuando aparecen discrepancias en los distintos modelos.

El primero, el proteccionista, tiene a su mayor exponente en el Estado francés. El Estado impone medidas que ayudan a la creación nacional cultural, impulsando unas políticas quizá proteccionistas con la cultura. Es en este modelo donde impera la “excepción cultural” en materia económica. La cultura es un ámbito especial que necesita cierta protección frente a los “monstruos” del capitalismo salvaje o EEUU, por ejemplo. En el otro lado, está el modelo liberal del tío Sam. En este modelo (a muy grandes rasgos), el Estado interviene de manera muy ligera en la promoción y financiación de la cultura, dejando estas responsabilidades a donantes privados, apoyándoles a éstos con desgravaciones fiscales, por ejemplo.

23 de febrero de 2013

Las distintas estrategias divulgativas de la ciencia en televisión


Dos extremos: Redes y El Hormiguero

Viendo, por un lado, el programa insignia de Eduard Punset, Redes, y por el otro, el entretenimiento clave de las noches de Cuatro (ahora en Antena3), ElHormiguero, uno dudaría que se trataran, en esencia, de una misma cosa. Pero, por muy increíble que parezca, tanto Redes y el personaje de Flipy en El Hormiguero se dedican a lo mismo: La divulgación de la ciencia.

Sin embargo, el formato, el estilo, las formas e incluso la intención, son radicalmente distintas. En el caso de Redes, el programa deja a un lado el "entretenimiento salvaje" del que a veces aduce la televisión, en favor de un trabajo riguroso. En redes, cada minuto es divulgación o explicación de la Ciencia. En cambio, en El Hormiguero, la divulgación científica se haya subordinada a ese entretenimiento feroz del que ya he hablado. Primero el público, las risas, los chistes, la espectacularidad... y luego, la Ciencia. En el caso del Hormiguero, la Ciencia es una excusa, mientras que en Redes, la Ciencia es la materia prima, la base.

Como divulgadores, por tanto, cada uno de los programas sigue un camino distinto, con sus pros y sus contras.
Redes utiliza principalmente el método de la entrevista, con el imprescindible Punset. Este formato no potencia el interés-distraído de la inmensa mayoría del público televisivo. Por tanto, Redes está más bien dedicado a personas ya interesadas en la Ciencia pero que no son científicos. Gente que, a pesar de estar alejada del mundo de los profesionales de la Ciencia, quiere conocerlo, al menos en lo básico y práctico, lo aplicable a su entorno. Los problema entonces son que, aunque divulgue, no "llama la atención" de nuevas vocaciones, y que está muy lejos del alcance de, por ejemplo, los niños. Otro aspecto negativo, en mi opinión, es la escasa "telegenia" que tiene el programa. Con pequeñas modificaciones, podrías ser perfectamente radiofónico. Es decir, no se ha amoldado completamente al medio en el que se mueve. Más bien, se ha amoldado a su divulgador, Punset.

En el otro lado del espectro tenemos a Flipy en El Hormiguero. Obviamente, el carácter humorístico y el prime time del Hormiguero le dan muchos puntos a esta "divulgación de la Ciencia" que realiza Flipy. Llega a mucha más gente, incluidos niños. Sin embargo, como ya he mencionado, cae en el simple entretenimiento. Hace a la ciencia divertidísima, lo cual puede despertar, en los pequeños de la casa, la curiosidad científica. Sin embargo, como decía Neil Postman en su libro Divertirse hasta morir, si los niños se acostumbran a que siempre el aprendizaje sea divertido, nunca desarrollarán capacidades de concentración ni de esfuerzo. La ciencia tiene su parte divertida, pero también su enorme carga de trabajo. Si las infantiles vocaciones científicas están fundamentadas en algo más que la simple diversión, como en el intento de conocer los "porqués" de lo que los rodea, encontrarán divertimiento y pasión incluso en las partes más áridas del trabajo científico, cosa que no creo que pasara con los que creen que hay que "divertirse hasta morir". 

Es por eso que, aunque llegue a mucha más gente de la que Redes llegará nunca, no creo que sea una buena divulgación científica. Hay otros motivos además de los ya mencionados. Por ejemplo, aunque Flipy haga un experimento, no lo explica. Y eso, para la correcta divulgación científica, es clave. Quiero decir, la explicación de por qué sucede una cosa es lo que diferencia a la Ciencia de la magia. Por tanto, aunque muchos televidentes vean que si haces combustionar, por ejemplo, oxígeno puro éste puede atravesar una lata de atún, ninguno sabrá por qué. Además, en ocasiones, en El Hormiguero ni siquiera se logran los experimentos, lo cual puede provocar una imagen equivocada de la Ciencia. Ya no sería una ley que, al cumplirse siempre, nos permite la deducción de lo que va a suceder, sino más bien como algo que "puede que ocurra... o no". Así, la Ciencia pierde todo su carácter de certeza. Y luego, por supuesto, está el mismo Flipy. Dejando a un lado el estereotipo que representa de científico loco, es, también, sometido a las burlas de las hormigas o de Pablo Motos, una vez más, en aras de ese entretenimiento que es el fin último del programa.




18 de febrero de 2013

Dolor crónico




Investigadores universitarios españoles publican terapias psicológicas para el tratamiento del dolor crónico

Jenny Moix y Mª Isabel Casado abogan por un tratamiento interdisciplinar combinando diversas disciplinas médicas, incluida la psicología
 

Andrea (nombre ficticio) tiene 35 años, y desde hace 5 sufre dolor crónico de cabeza. Además de la persistente migraña, en ocasiones las cefaleas incluso la obligan a dejar de trabajar, por lo que su rendimiento laboral se ve afectado. En estos tiempos de crisis, Andrea sospecha que estos dolores, que aparecen de forma regular prácticamente cada dos meses, van a lograr que su jefe la despida. Esto, sumado al constante dolor de cabeza, provoca otros males en la vida de Andrea, como irritabilidad, ira e incluso depresión. El dolor crónico le está truncando la vida.

El caso de Andrea es tan sólo uno de entre las miles de personas que sufren en Europa de dolores crónicos, como lumbalgia, fibromialgia (dolores musculares), artrosis en los huesos y cefaleas. Un nuevo estudio ha comprobado que 1 de cada 9 españoles sufren este tipo de dolencias, es decir, un 11% de la población. De ese 11%, 29 sufren, además, depresión.

La dimensión psicológica del tratamiento para el dolor crónico tiene una importancia vital, resaltan los autores de Terapias Psicológicas para el Tratamiento del Dolor Crónico. Hasta ahora se han utilizado distintas terapias, tales como relajación, biofeedback, hipnosis, terapia de aceptación y compromiso con el dolor, mindfulness, escritura emocional y la más utilizada y efectiva: la terapia cognitivo-conductual.

Jenny Moix y Mª Isabel Casado, autoras del estudio, han elaborado un protocolo para estas terapias psicológicas. En primer lugar, en grupos de 8 o 10 personas, se establecerán 10 sesiones durante las que se desarrollará la terapia. Cada sesión representa un escalón que hay que ir superando. Primero, la aceptación de la relación entre el dolor “mental” y el físico. Luego, diversas técnicas para relajar el cuerpo y disminuir la tensión. Los siguientes escalones son la redirección de la atención y la reestructuración de los pensamientos negativos que hacen que el dolor sea más intenso. Todos estos pasos llevan al quinto, la “resolución de problemas”, en la que el paciente presenta un problema al grupo para así establecer distintas visiones para la solución de éste.

Pero, la terapia está sólo a medio camino. El siguiente escalón tratará que el paciente establezca relación entre las emociones negativas (enfado, ansiedad, miedo) y su propio dolor. Por otro lado, también se tratará de manejar la asertividad, es decir, se capaces de, sin huir ni caer en el enfado, superar una situación de conflicto con otra persona. En la siguiente sesión se trataría de reestructurar la vida que el dolor crónico ha cambiado, encontrando unos nuevos objetivos por los que luchar. Para conseguir esos objetivos y no perder el rumbo, está el escalón número 8, en el que se le pedirá a los pacientes que organicen su tiempo, incluyendo actividades de ocio. Finalmente, el último escalón, en el que se establecerán “señales de alarma” que  avisarán al paciente ante las posibles recaídas.

La idea de este estudio es, principalmente, que el paciente que sufre dolor crónico sea consciente de que la depresión, la ira o la ansiedad provienen del dolor, pero que también lo acentúan. Una vez hecho esto, mediante las distintas terapias, el paciente aprendería a "superar" esa dimensión psicológica del dolor crónico, ayudando así a la definitiva victoria sobre el sufrimiento.